La luz natural es un aliado indispensable de una casa saludable y eficiente. Es una fuente de vitamina D, que se sintetiza principalmente a través de la piel; bastan 15 minutos de exposición diaria al sol. Además, aumenta los niveles de endorfinas y serotonina en el cerebro, las hormonas del bienestar que transmiten sensación de energía. Estudios de la firma Velux señalan que el aprendizaje de un niño puede ser hasta un 15 por ciento superior si vive en espacios soleados. Es, asimismo, un recurso inagotable que genera 1.500 veces la cantidad de energía consumida por toda la población del mundo. Teniendo en cuenta que pasamos el 90% de nuestro tiempo dentro de espacios cerrados, resulta imprescindible bañarlos con abundante luz solar para ganar en calidad de vida y sostenibilidad.
El ahorro energético que se puede obtener mediante la aplicación de criterios bioclimáticos en una casa llega a ser de un 60 a un 90%. Estos criterios se basan en la orientación adecuada –normalmente la sur-oeste, que es la que procura más luz– y un diseño inteligente que permita que el edificio se caliente en invierno y se refrigere en verano con el mínimo aporte de medios mecánicos, mediante sistemas que regulen la entrada de luz y la salida de calor, como aislamientos, aleros, porches, venecianas, toldos y ventilación cruzada.
Los cerramientos acristalados son fundamentales para un aprovechamiento inteligente del sol. Y decimos inteligente porque el diseño de los huecos y la calidad del cristal tienen que favorecer el paso de la luz natural en su justa medida, para crear un ambiente confortable en el interior y no para irradiarlo y sobrecalentarlo innecesariamente. Las ventanas equipadas con vidrios de baja emisividad impiden que el calor de la estancia se escape al exterior en invierno y reflejan gran parte del calor del sol en verano mientras dejan pasar la luz visible. Los nuevos avances ya están produciendo cristales que, además de filtro solar, actúan como paneles fotovoltaicos para la generación de electricidad.
Los materiales también juegan un papel importante como aliados del sol. Si tienen una elevada inercia térmica (piedras, cerámica) acumularán el calor durante el día para liberarlo luego en forma de radiación cuando el sol se ponga, creando así una estufa natural que genera una calefacción más saludable.
Todos estos sistemas de aprovechamiento pasivo de la energía solar se completan con los sistemas activos, como los colectores solares para la producción de agua caliente sanitaria (ACS) y las placas fotovoltaicas. La instalación de 2 metros cuadrados de colectores solares es suficiente para cubrir las necesidades de ACS de un hogar medio y supone alrededor del 60% de su consumo en invierno, evitando la emisión de 40 toneladas de CO2 al ambiente. La inversión que requiere la sustitución de un calentador eléctrico por uno termosolar se amortiza en solo 5 años, mientras que la vida media de los paneles es de 25 años.
En cuanto a las placas fotovoltaicas, la madurez de la tecnología les ha llevado a alcanzar cotas de eficiencia del 30% y una versatilidad de formatos muy amplia. Traslúcidos, flexibles, ultradelgados e, incluso, autolimpiantes, pueden adaptarse a cualquier ubicación e integrarse mejor en la arquitectura. De este modo queda más cerca el reto de lograr casas como árboles, que transforman la luz del sol en la energía que necesitan, de manera ilimitada y sin emisiones.